El cristianismo actual, con todas sus vertientes, tiene
como cauce principal la tradición judeo-cristiana de la iglesia primitiva, la
iglesia que en los albores del naciente cristianismo fue edificada sobre
hombres y mujeres con fuertes raíces hebreas en su nacionalidad, costumbres y
religión.
El pueblo judío giró su vida social
y espiritual en el legado recibido por sus patriarcas como Abraham y sus
descendientes, en la legislación entregada de Yahvé por mano de Moisés, en
el reinado de David y sus sucesores, en las advertencias y llamados de los
profetas. Toda esta herencia fue consignada en su literatura hebrea, y se
volvió esta literatura el vehículo de llevar la identidad judía a sus
generaciones. Una parte importante de esta literatura hebrea fue reconocida
como Escritura inspirada, como una revelación de un Dios que les hacía un
llamamiento de ser un pueblo especial entre los pueblos de la tierra “vosotros seréis mi especial
tesoro sobre todos los pueblos” (Éx. 19.5). Un pueblo que albergaría
en su seno al Mesías que restablecería el reino de Yahvé para todo el mundo “Porque de Sión saldrá la ley y
de Jerusalén la palabra de Yahvé, y juzgará entre las naciones” (Isaías 2. 3,4).
Los primeros discípulos de Jesús, quienes eran hebreos, reconocieron en este
maestro judío el pleno cumplimiento de lo prometido en las Escrituras hebreas,
lo que les había sido enseñado en su literatura religiosa estaba cumpliéndose y
revelándose mucho más allá de sus expectativas, pues reconocieron en el Mesías Yeshua la
encarnación de Dios mismo entre los hombres, un Dios que necesitaba
humanizarse, subir al calvario y expiar los pecados de ellos y del mundo.
El cristianismo se concibe así
mismo como el anuncio del cumplimiento de lo que en la literatura hebrea se
denominó Las Escrituras,
ahora ya no sólo para el pueblo de Israel, sino para todo el mundo. Saulo
de Tarso, llamado luego Pablo, un “hebreo de hebreos” (Fil. 3.5.)
formado en las escuelas rabínicas donde la literatura hebraica de las
costumbres y tradiciones se sumaban al estudio de ‘Las Escrituras’, se erige
luego como columna en el Cristianismo que se estaba organizando, y este apóstol
escribe sobre los escritos hebreos: “toda ‘La Escritura’ es inspirada por Dios,
útil para instruir…” (2da. carta a Tim. 3.16.), sancionando así que
para el Cristianismo la literatura hebrea contenida en la Las Escrituras,
seguirán siendo el canon para la liturgia cristiana, adicionándose luego “las otras Escrituras”(2da.
Pedro 3.16) que vendrían luego por mano
de los evangelistas y los apóstoles a constituir el nuevo canon, más adelante
llamado Nuevo Testamento o Nueva Alianza que junto con las escrituras de la
Antigua Alianza o Antiguo Testamento formarán la Biblia, como la palabra de
Dios entregada a los hombres tal como hoy nos ha llegado hasta nuestros días.
Mayo, 2014