miércoles, 25 de marzo de 2015

El mundo de mimo

 


Había una vez un joven mimo que estaba triste porque nadie en su mundo era mimo. Caminaba a diario por las calles y escuchaba a todos hablar con sonidos. Tenía que subir la mirada para alcanzar a mirarlos, la gente que lo rodeaba estaba muy apurada caminando, pero el joven mimo quería acercarse a alguno de ellos y jugar. Nadie miraba al mimo. Él hacía gestos con sus manos y boca, pero cada vez se cansaba más y más de intentar llegar a la gente por donde el mimo siempre transitaba… Al final llegaba la noche y cansado se dormía para despertar al otro día y recordar, al ver nuevamente a la gente caminar junto a él, que estaba solo en su mundo de silencio.

Un día caminando el joven mimo, vio un jardín de rosas y le dio ganas de llorar; la rosas tenían colores intensos, pero eran rígidas, inexpresivas en su rosal, su única gracia era el color y el agradable aroma que el mimo percibió de ellas. En un instante suspiró con el aroma de las flores y una lágrima bajó por su mejilla, y al caer la gota sobre el pétalo de la rosa que tenía en su mano, la rosa expresó un gesto enigmático e indescriptible de alegría; nadie que hubiera observado con detalle al mimo y la flor en su mano lo hubiese notado. El joven mimo si podía oír en su mundo de silencio la voz de la alegría de la flor. En ese hechizo del momento mágico del mimo y la rosa en su mano, su tristeza empezó a cambiar, sus ojos brillaron y su mirada inclinada a la bella flor dibujó por primera vez una sonrisa en su rostro. Pasó un momento, el mimo soltó la rosa, ella moviéndose al rosal volvió a su antigua rigidez e inexpresividad, el mimo miró la escena, bajó su mirada y siguió su camino hasta llegar la oscura noche que siempre se repetía en su vida.

Al día siguiente volvió al rosal, se acercó a las flores, suspiró su aroma y las observó tan quietas como la primera vez, el mimo se volvió a entristecer y una nueva lágrima volvió a caer sobre el pétalo, y ¡sucedió otra vez! ¡el momento fantástico nuevamente llegó! pero así mismo volvió otra vez a terminarse ese instante mágico en la vida del mimo. Esa noche el mimo soñó que era lluvia y caía en miles de gotas sobre muchos rosales, y las rosas saltaban de alegría al mojarse sus pétalos, el mimo transformado en lluvia con una sonrisa contestaba la alegría de las flores. Se despertó el mimo pensando: ¿Cómo puedo derramar mis lágrimas sobre las rosas y estar feliz a la vez? Volvió al rosal corriendo, y cerrando sus ojos con intensidad invocó al mago de los sueños para pedirle que lo transforme en lluvia. En un instante de ilusión su sueño se realizó. Otra vez el mimo vio a las flores danzar de alegría mientras sus gotas como un rocío espeso abrazaba a todo el rosal. La alegría se dibujaba en el rostro del mimo, quien con sus ojos cerrados con mucha fuerza mostraba una felicidad como nunca al ver todas las rosas jugar saltando de gozo cada vez que las gotas caían sobre ellas. En ese mismo momento una niña con alegría y curiosidad observa al mimo en medio de aquel rosal hermoso pero quieto, ella tira de la mano a su papá y señala con su dedo al mimo, el papá mira al mimo con gracia y se acerca más para disfrutar del curioso y alegre mimo que hacía gestos y alegraba a su niña, al momento el mimo percibe que no estaba sólo, abre sus ojos, desaparece el mago de los sueños que lo había transformado en lluvia, y ya no era el mimo hecho lluvia, el mimo miró las rosas y estas estaban quietas e inexpresivas, pero ahora al fin veía una mirada de alegría sobre él y una mano extendida que lo invitaba a acercarse.

A partir de ese día el mimo siempre iba al rosal, cerraba sus ojos, llamaba al mago de los sueños, veía a las flores danzar bajo su lluvia, abría sus ojos y se encontraba con muchos niños y con mucha gente alegrándose alrededor de él. Se volvió cada día en un joven mimo con una expresión indescriptible e inimaginable de gracia, una gracia que alegraba a la gente siempre en su diario caminar por el lugar de aquel hermoso rosal.


Marzo 2013


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