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Foto: https://carmenmenendez.blogspot.com/2014/10/tarqui-corazon-comercial-de-manta.html |
Victoria llevó a su pequeño hijo Vladimir a la plaza, a
que la acompañase a comprar los víveres de la semana. Una vez que llegaron al
mercado, bajando del bus, el pequeño hijo apretó la mano de su madre al oír a
su lado el grito de ¡tomates, tomates, tomates! “¡Ay mami!”
exclamó el muchachito. La madre sonrió. Era la primera vez que el niño
acompañaba a su mamá al mercado a sus 6 años. ¡Concha, camarón, pescado!
gritaban desde una mesa de mariscos; ¡a ver caserita, venga, venga!
decía con voz grave la serranita que ofrecía los productos de la región
interandina. Vladimir mirando a un lado y a otro se empezó a acostumbrar
rápidamente con la multitud de personas, que, apretándose, caminaban de un lado
a otro. De pronto una señora regordeta abriéndose paso bruscamente
empieza a gritar desesperadamente: ¡Ladrón, ladrón! ¡Cójanlo!, un
mozuelo le había arranchado su cartera, un policía municipal corre y con el silbato
¡piiiii! ¡piiii! lo
seguía gritándole: ¡alto ahí! ¡alto ahí! El
pillo se perdió entre la multitud. El niño se movió unos pasos para procurar
con su mirada seguir la persecución; su mamá, al oír el primer grito de ¡ladrón!¡ladrón!
apretó con sus dos manos su cartera, y en un santiamén el pequeño se apartó de
su vista, ¡Vladimir, Vladimir, Vladimir!
Empezó a gritar su madre de inmediato con una desesperación creciente, y el
niño haló por detrás la falda de su mamá y dijo con inquietud —¡Aquí
estoy mami! ¡Aquí estoy!—
Su mamá frunció el ceño, agarró al niño de la mano y luego
sonrió... empezaba una relación de compañía juntos, manteniéndose cada sábado
en el la plaza del mercado de Tarqui durante toda una década...
Febrero 2014
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