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Fuente: pexels-Mart-Production |
José es un hombre que nace en condiciones adversas, hijo
de padre alcohólico y madre prostituta. Crece sabiendo que su padre no
vela por él y que su mamá trabaja como meretriz para ganarse la vida; en su
crianza es sostenida por su abuela en sus primeros años. Los pocos
encuentros con su progenitor son infortunados, una imagen de un hombre
empobrecido moralmente y perdido en la dipsomanía. Una relación con una
madre llena de muchos amantes a sus ojos y en ambiente de “vida alegre”
permanentemente hasta envejecer.
José crece con la pobreza y la
vergüenza, con el deseo de ocultar sus orígenes familiares, y con la expresión
violenta de aprender a defenderse y abrirse campo solo, como hombre en la vida.
Este ambiente lo envuelve a involucrase con jóvenes, que en similares
condiciones, que buscan una razón para vivir o morir. No tarda en
encontrar en una pandilla un hogar que le ofrece la protección que no tuvo, y
les paga con incondicionalidad en los riesgos a asumir por su grupo. Se
involucra en delitos de asaltos, ambiente de licor y drogas, mujeres que le van
ofreciendo placeres en volutas.
Caminando en los excesos y
desoyendo las lágrimas de su madre y los consejos de su difunta abuela, un día
empieza a despertarse y mirarse en el espejo y empezar a ver al hombre que un
día pensó no ser, empieza a recordar cuando niño empezó a tomar conciencia de
quién era su padre y su madre y se juró a sí mismo no ser como ellos, pero hoy
frente al espejo el ser que se reflejaba era aquel con una vida que se estaba acabando
entre el remordimiento la culpa y la compulsión por la búsqueda de los placeres
prohibidos.
En una mañana de frío invierno, la
puerta de su casa es tocada, abre y ante él un hombre de aproximadamente su
edad, y le dice: ¡José! Soy Andrés Mauricio, ¡tu amigo del colegio! José
extrañado y dudando de la amistad, pensando velozmente en la policía, intenta
negarse y el persistente amigo empieza a darle pistas de su antigua amistad,
José acepta al extraño y empieza a reconocerlo…
Pasan pocos días y varias visitas,
y Andrés le empieza a relatar el porqué de su visita. Sabe de los
problemas y vida de José, y cree conocer la respuesta: Jesucristo…
José ve en su antiguo amigo los
ojos de Jesús, mirándolo y perdonándolo, y acepta caminar con él. Andrés lo conecta
con un grupo de hombres, que con testimonios personales de luchas y vidas duras
que se superaron, empiezan a calar en el corazón de José. Muchas lágrimas
corrieron por la mejilla de José al confrontar su realidad con el perdón de
Dios. Ahora José tenía que caminar sobre las huellas de sus heridas, y
acompañado por dos amigos más junto con Andrés va al cementerio con una ofrenda
floral a su padre, le pide perdón y ora a Dios por que lo perdone como hijo.
Luego va a casa de su madura madre y le pide que lo reciba. Ahora
su visita no era de reproche, si no de querer presentarle a aquel que estaba
siendo su oasis en el desierto de su existencia. Su madre también
abrazaría la fe de su hijo no mucho tiempo después de esta visita.
Ahora José con 36 años, el hombre
que nació y creció en una historia difícil, es un hombre nuevo que cree en la
firme promesa de las Escrituras: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva
criatura es, las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”.
Julio, 2014
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