Juan León Mera, realiza en su obra Cumandá una descripción
de los pueblos asentados en la selva amazónica, los que él llamaba “salvajes”.
En la trama de la obra describe con bastante presteza los paisajes del oriente
ecuatoriano, la selva con su afluentes principales en el Pastaza y cómo se
había asentado los pueblo indios en la espesa selva y su logrado contacto con
los misioneros jesuitas, domínicos y otras órdenes católicas, logrando
culturizarse hacia la visión colonial, según la óptica del escritor que ve con
buenos ojos la transculturización católica de los pueblos originarios de la
amazonia y de los indígenas de la serranía en general. La obra procura también
ser una novela indigenista en cuanto a revelar la constante lucha y el maltrato
de los conquistadores sobre los pueblos autóctonos conquistados.
Mera señala en su drama a las
tribus jíbaras y záparas, denominándolas “indios salvajes”, donde señala que
son nómadas en busca de subsistencia a lo largo de la selva. Los describe
como incultos, expresivos, enérgicos y también hospitalarios con los viajeros
como los záparos. A los jíbaros los denomina fieros. Descarta el
canibalismo entre ellos. Sin embargo, sabe que en la guerra son astutos y
sanguinarios, vengativos por una necesidad de serlo para subsistir. Los
tienen por costumbre sacrificar a la más querida de las esposas de sus
valientes cuando estos mueren “para que la acompañen al país
de las almas”. Una forma de describir el autor el estado de
salvajismo en las tribus que acompañan a su relato, es contando como un
guerrero “contaba el número de sus victorias por el de las cabezas de los
jefes enemigos que había degollado, disecadas y reducidas al volumen de una
pequeña naranja. Estos y otros despojos, además de las primorosas armas, eran
los adornos de su aposento”.
El escritor habla, a lo largo de la
obra, de que estas tribus están siempre en estado de guerra, lo que los hace
mantenerse diestros en el uso del arco, la lanza, la maza y el uso de los
venenos. El consumo de la hayahuasca es
costumbre para alucinar y describir las visiones que deben realizarse.
Juan León Mera describe así las costumbres guerreras de los indios
amazónicos:
“La
guerra se hace entre los indios frecuentemente por medio de sorpresas, y sus
ataques nocturnos son terribles. Caminan largas leguas por tierra o por agua
con tales precauciones que no se los siente, y muchas veces se arrastran como
culebras considerables trechos, o van sepultados en las ondas hasta el cuello
para aproximarse, sin ser vistos, a la población que se proponen asaltar. La
muerte y el exterminio que llevan consigo son infalibles; el silencio profundo
de que van rodeados, es el espantoso precursor del que reinará después en el
lugar que talarán y cubrirán de cenizas. Una invasión de aquellas fieras en
traza de hombres es más temida en el Oriente que la inundación de sus ríos, que
el huracán y el terremoto. Familias y aun tribus enteras han desaparecido al
furor de esas nocturnas tempestades de bárbaros que hallan su deleite en el
incendio, la sangre y las contorsiones de los moribundos.”
La obra describe con realismo temas
como la construcción de sus casas, que eran de postes de huayacán, paredes de
guadúa partida amarradas con cuerdas de zapán y techos cubiertos de bijao.
En el contorno de la vivienda una chacra con yucas, papas y maíz,
gallinas y gallos que eran el reloj natural con su canto, a veces perros
amarrados como centinelas en las entradas de la casa para dar ladridos de aviso
en caso de acercarse tigrillos o gatos monteses a la vivienda. El ambiente
entre los habitantes de la tribu era mayormente de armonía, confianza e interés
mutuo entre ellos, y la obediencia al anciano una virtud. Los indios
solían vivir varias familias juntas bajo una misma choza, y fueron gradualmente
los misioneros enseñando a vivir por casas separadas a familias a manera de
estar más cómodas habitando. La formación social era más de carácter
patriarcal.
Los pueblos asentados a lo largo del
Amazonas también celebraban fiestas, como la de “las canoas” para refirmar
amistades con otros vecinos pueblos, para unirse posiblemente como prevención
al ataque de otras huestes guerreras. Esta fiesta la realizaban guiados
por las lunas y la época cíclica de florecimiento de las plantas de la zona y
la maduración de los frutos. Adornaban las canoas para el encuentro
festivo con velas de cortezas, plumas de papagayos y gallos, puertas con flores
y frutas, aves disecadas de plumas aterciopeladas y brillantes, y en medio de
las indios casi desnudos pintada la piel, ceñida la frente un cintillo de
conchas y plumas, y la cintura de cordones de hilo purpúreo o de cabellos
humanos, con adornos de plumas. La fiesta elegía al guerrero más fornido
y capaz de entre ellos y destaca a alguna doncella como virgen de las flores.
Cantos y bailes son partes de la ceremonia.
El cortejo y la forma de iniciar un
matrimonio era que el joven ofreciese ofrendas hechas por sus manos o recogidas
y coleccionadas en sus trayectos, la joven como señal de entrega desprende uno
de sus adornos y se los entregaría al proponente. El padre de la doncella
debía consentir la unión.
Los cortejos fúnebres entre los pueblos
se hacían conforme a sus creencias y costumbres, unos con fuertes estacadas
cubiertas con ramas y hojas colocando a los suyos dentro de ellas con armas,
vestidos y manjares. A otros destacados guerreros los sepultaban junto con su
amada, quien era sacrificada para acompañar al gran hombre que había muerto.
Otras tribus sepultaban los despojos de sus guerreros y colocaban enormes
troncos.
Cumandá, además de mostrarnos un drama de amor, pasión, venganza y muerte, es
una obra literaria de descripciones vivenciales de la forma y figura del
paisaje amazónico y las vivaz descripción cultural de los pueblos aborígenes y
su contacto con la raza blanca, que a ratos pretendió civilizarla y a ratos los
sometió a la misma barbarie que el hombre blanco ha vivido en sí mismo.
“El buen salvaje” que no había sido afectado
por las desigualdades de la civilización que Jacques Rousseau nombraba en sus
escritos, se choca con la descripción realista de la pluma de J. L. Mera, que
mostraba, tanto en los blancos como en los indios, la capacidad de tener
pasiones, luchas y guerras por conseguir lo deseado. Quizá el escritor
influenciado por la creencia cristiana, cree ver en la evangelización verdadera
a los indios una opción de mejorarse en costumbres y realidades de convivencia.
En todo caso nos llega hasta hoy una descripción muy realista de la
sociedad de nuestros pueblos autóctonos con la grande obra Cumandá.
Julio, 2015
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