jueves, 2 de noviembre de 2017

Cumandá, una descripción de los pueblos asentados en la selva amazónica


Juan León Mera, realiza en su obra Cumandá una descripción de los pueblos asentados en la selva amazónica, los que él llamaba “salvajes”. En la trama de la obra describe con bastante presteza los paisajes del oriente ecuatoriano, la selva con su afluentes principales en el Pastaza y cómo se había asentado los pueblo indios en la espesa selva y su logrado contacto con los misioneros jesuitas, domínicos y otras órdenes católicas, logrando culturizarse hacia la visión colonial, según la óptica del escritor que ve con buenos ojos la transculturización católica de los pueblos originarios de la amazonia y de los indígenas de la serranía en general. La obra procura también ser una novela indigenista en cuanto a revelar la constante lucha y el maltrato de los conquistadores sobre los pueblos autóctonos conquistados.

 Mera señala en su drama a las tribus jíbaras y záparas, denominándolas “indios salvajes”, donde señala que son nómadas en busca de subsistencia a lo largo de la selva.  Los describe como incultos, expresivos, enérgicos y también hospitalarios con los viajeros como los záparos.  A los jíbaros los denomina fieros.  Descarta el canibalismo entre ellos.  Sin embargo, sabe que en la guerra son astutos y sanguinarios, vengativos por una necesidad de serlo para subsistir.  Los tienen por costumbre sacrificar a la más querida de las esposas de sus valientes cuando estos mueren “para que la acompañen al país de las almas”.  Una forma de describir el autor el estado de salvajismo en las tribus que acompañan a su relato, es contando como un guerrero “contaba el número de sus victorias por el de las cabezas de los jefes enemigos que había degollado, disecadas y reducidas al volumen de una pequeña naranja. Estos y otros despojos, además de las primorosas armas, eran los adornos de su aposento”.

El escritor habla, a lo largo de la obra, de que estas tribus están siempre en estado de guerra, lo que los hace mantenerse diestros en el uso del arco, la lanza, la maza y el uso de los venenos.  El consumo de la hayahuasca es costumbre para alucinar y describir las visiones que deben realizarse.  Juan León Mera describe así las costumbres guerreras de los indios amazónicos:

“La guerra se hace entre los indios frecuentemente por medio de sorpresas, y sus ataques nocturnos son terribles. Caminan largas leguas por tierra o por agua con tales precauciones que no se los siente, y muchas veces se arrastran como culebras considerables trechos, o van sepultados en las ondas hasta el cuello para aproximarse, sin ser vistos, a la población que se proponen asaltar. La muerte y el exterminio que llevan consigo son infalibles; el silencio profundo de que van rodeados, es el espantoso precursor del que reinará después en el lugar que talarán y cubrirán de cenizas. Una invasión de aquellas fieras en traza de hombres es más temida en el Oriente que la inundación de sus ríos, que el huracán y el terremoto. Familias y aun tribus enteras han desaparecido al furor de esas nocturnas tempestades de bárbaros que hallan su deleite en el incendio, la sangre y las contorsiones de los moribundos.”

La obra describe con realismo temas como la construcción de sus casas, que eran de postes de huayacán, paredes de guadúa partida amarradas con cuerdas de zapán y techos cubiertos de bijao.  En el contorno de la vivienda una chacra con yucas, papas y maíz, gallinas y gallos que eran el reloj natural con su canto, a veces perros amarrados como centinelas en las entradas de la casa para dar ladridos de aviso en caso de acercarse tigrillos o gatos monteses a la vivienda. El ambiente entre los habitantes de la tribu era mayormente de armonía, confianza e interés mutuo entre ellos, y la obediencia al anciano una virtud.  Los indios solían vivir varias familias juntas bajo una misma choza, y fueron gradualmente los misioneros enseñando a vivir por casas separadas a familias a manera de estar más cómodas habitando. La formación social era más de carácter patriarcal.  

Los pueblos asentados a lo largo del Amazonas también celebraban fiestas, como la de “las canoas” para refirmar amistades con otros vecinos pueblos, para unirse posiblemente como prevención al ataque de otras huestes guerreras.  Esta fiesta la realizaban guiados por las lunas y la época cíclica de florecimiento de las plantas de la zona y la maduración de los frutos.  Adornaban las canoas para el encuentro festivo con velas de cortezas, plumas de papagayos y gallos, puertas con flores y frutas, aves disecadas de plumas aterciopeladas y brillantes, y en medio de las indios casi desnudos pintada la piel, ceñida la frente un cintillo de conchas y plumas, y la cintura de cordones de hilo purpúreo o de cabellos humanos, con adornos de plumas.  La fiesta elegía al guerrero más fornido y capaz de entre ellos y destaca a alguna doncella como virgen de las flores.  Cantos y bailes son partes de la ceremonia.

El cortejo y la forma de iniciar un matrimonio era que el joven ofreciese ofrendas hechas por sus manos o recogidas y coleccionadas en sus trayectos, la joven como señal de entrega desprende uno de sus adornos y se los entregaría al proponente.  El padre de la doncella debía consentir la unión.  

Los cortejos fúnebres entre los pueblos se hacían conforme a sus creencias y costumbres, unos con fuertes estacadas cubiertas con ramas y hojas colocando a los suyos dentro de ellas con armas, vestidos y manjares. A otros destacados guerreros los sepultaban junto con su amada, quien era sacrificada para acompañar al gran hombre que había muerto.  Otras tribus sepultaban los despojos de sus guerreros y colocaban enormes troncos.

Cumandá, además de mostrarnos un drama de amor, pasión, venganza y muerte, es una obra literaria de descripciones vivenciales de la forma y figura del paisaje amazónico y las vivaz descripción cultural de los pueblos aborígenes y su contacto con la raza blanca, que a ratos pretendió civilizarla y a ratos los sometió a la misma barbarie que el hombre blanco ha vivido en sí mismo.

 “El buen salvaje” que no había sido afectado por las desigualdades de la civilización que Jacques Rousseau nombraba en sus escritos, se choca con la descripción realista de la pluma de J. L. Mera, que mostraba, tanto en los blancos como en los indios, la capacidad de tener pasiones, luchas y guerras por conseguir lo deseado.  Quizá el escritor influenciado por la creencia cristiana, cree ver en la evangelización verdadera a los indios una opción de mejorarse en costumbres y realidades de convivencia.   En todo caso nos llega hasta hoy una descripción muy realista de la sociedad de nuestros pueblos autóctonos con la grande obra Cumandá.

Julio, 2015

 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Puntos de lectura

“…hay una ciudad que debe seguir teniendo esquinas y sitios para la vida a pie. Lugares con sombra y luz, con ajardinamiento, para quedarse ...